La poesía es un arma cargada de futuro | Gabriel Celaya (Hernani 1911 – Madrid 1991)

La poesía es un arma cargada de futuro | Gabriel Celaya

Placa en recuerdo de Gabriel Celaya y Amparitxu Gastón en su casa del barrio de Prosperidad de Madrid

Placa en recuerdo de Gabriel Celaya y Amparitxu Gastón en su casa del barrio de Prosperidad de Madrid

‘La poesía es un arma cargada de futuro’ es uno de los grandes poemas de Gabriel Celaya. Y, tal vez, el más popular. Hoy la reproducimos en PqHdM para recordar y festejar el 107 aniversario del nacimiento de este gran poeta de la generación literaria de postguerra.

Además, Gabriel Celaya fue uno de los más destacados representantes de la que se denominó ‘poesía social’ o ‘poesía comprometida’.

En 1956 se instaló, junto con Amparo Gastón, ‘Amparitxu’, su esposa y también poeta, en el popular barrio de Prosperidad, ‘La Prospe’, de Madrid, donde ambos fallecieron.

La poesía es un arma cargada de futuro

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

Gabriel Celaya

(Hernani, Guipúzcoa, España, 18 de marzo de 1911 – Madrid, España, 18 de abril de 1991)




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